La escasez es un término que abre cualquier manual de economía hoy en día. Con él se legítima la imposición de una elección que es el eje sobre el que pivota el quehacer económico. Todo ello desde un punto de vista teórico.
Supongamos que tenemos un huerto, un terreno cultivable que destinamos a plantar manzanos, y supongamos con un poco de imaginación que existe una comunidad de individuos a los que hay que alimentar, y que ellos mismos dependen de la productividad de dicha plantación.
Generalmente, asumimos en nuestro ejemplo imaginativo que, a cada individuo de la comunidad le corresponde una manzana al día, lo cual sería suficiente para su sustento, todo ello como vuelvo a repetir exprimiendo nuestra imaginación.
En esta coyuntura voy a suponer que existen dos posibilidades en la relación con nuestra variable población (individuos) versus variable producción (manzanas). Que exista una armonía, es decir un equivalente en el que la necesidad de cada individuo está satisfecha con su correspondiente unidad de manzana. O bien que no exista esa armonía, por exceso o por defecto, esto es, porque se produzca una escasez de manzanas, o bien porque se produzca una sobreabundancia de las mismas. Siendo el caso particular de la escasez el que provoca un problema para la supervivencia real de los individuos de la comunidad.
Lógicamente tenemos varias respuestas ante un mismo problema. Tal vez la más coherente, sería en escasez, para no dejar a nadie fuera del reparto, reducir el ratio o el índice correspondiente de la cantidad que se le asigna a cada individuo, reduciéndolo siempre y cuando se garantice su supervivencia. Y así tendríamos como consecuencia que, a lo mejor, reducir la ración de manzana a la mitad por cada individuo, para garantizar el abastecimiento de la comunidad evitando que nadie se quede sin su sustento vital.
En cambio, en este mismo contexto, la manera de proceder de una economía de mercado es bien diferente. Esta establece la oferta (cantidad de manzanas producidas) y la demanda (cantidad de manzanas demandadas = número de individuos en nuestro ejemplo), empleando un subterfugio contable, en el sentido de añadir una variable correspondiente a la renta o el destino de la capacidad adquisitiva del individuo, en base a sus preferencias. Introducimos necesariamente el dinero, y establecemos una misma dimensión contable para representar el problema.
El dinero no tiene “valor” en sí mismo. Es no obstante una ficción necesaria y compartida, funcional, y que determina todo valor en economía. El problema es que bajo esta reducción monetaria, quedan unidimensionadas, varias dimensiones que no pueden ser medidas en igualdad de condiciones, dada su relevancia y disparidad en cuanto a responder o atender a las demandas prioritarias de los individuos de una comunidad.
Así, debemos asumir que la renta dispar de los individuos, es un medio o capa intermedia, que determina el acceso a los bienes económicos, entre ellos la manzana vital.
Ahora bien, sabiendo esto, la respuesta del mercado, es establecer un punto de equilibrio entre la cantidad ofertada y la cantidad demandada, en relación al nivel de renta de los participantes y a sus preferencias.
El precio final es el valor de la manzana en unidades monetarias para el conjunto de los individuos. Esto es fruto de una ponderación que ofrece valores satisfacibles, por suficiencia para adquirir la manzana, por sobreabundancia al poder adquirir más de una manzana, o por, y aquí viene el problema de esta metodología, la falta de capacidad monetaria para adquirir una sola manzana por una parte significativa de la población, lo que supone una exclusión de facto de la posibilidad del reparto. Esto es lo que yo denomino escasez inducida, selectiva o exclusión mercantil y se da en cualquier modelo o sistema de mercado.
Así, comparando ambas respuestas, la primera que denominaré de escasez colectiva y la segunda la de una escasez selectiva, entiendo que es plausible llegar a jugosas conclusiones.
En el caso de la escasez colectiva, el riesgo alimentario o la problemática de la distribución imperfecta, se reparte entre todos los miembros de la comunidad. Esto produce un empobrecimiento de las condiciones generales, pero garantiza un mínimo de sostenibilidad para poder cumplir con una distribución proporcional que no deje a nadie fuera.
En el caso de la escasez selectiva, el riesgo lo asume una parte de la comunidad, que quedan por debajo de la posibilidad de adquirir las manzanas, lo cual garantiza el abastecimiento de la mayoría, además de favorecer en función de la capacidad adquisitiva un acaparamiento de manzanas más allá de toda necesidad vital.
Así surgirán según el modelo de mercado de escasez selectiva tres clases de individuos dentro de la comunidad. Los que tienen su manzana, los que no tienen acceso a las manzanas, y los que tienen más de una manzana o acumulan muchas manzanas.
Además los que tienen muchas manzanas, tienen un poder inducido sobre los que no tienen acceso a ninguna. Esto se traduce en un dominio sobre las voluntades de los excluidos que se ven sometidos a esta lógica de mercado, si quieren subsistir.
Hay que dejar claro, que las consecuencias “perversas” de esta economía de mercado, determinan en buena medida la disposición de todas nuestras comunidades afectando no solo a estas sino a cada individuo que se posiciona en función de cualquiera de las tres clases en las que se encuentre.
También cabe señalar, que esta división y desigualdades, representan el núcleo central de una cantidad de externalidades que nos condicionan y que comprometen en última instancia nuestra supervivencia como especie.