Después de la calma llegas tú. Te quitas los tacones, te sueltas el pelo y como siempre abres la heladera y sorbes leche del mismo cartón. Siempre semidesnatada.
El sofá es tuyo, compite con la tersura de tu piel canela. Me miras con una fijeza embriagadora. Tus medias sobrevuelan la mesa del salón y tu falda desciende al ritmo del hula hoop.
Solo la blusa te protege de la corriente que se forma desde el rellano hasta el dormitorio principal. El interruptor pulsado hace menguar la luz. Prendo el mando, y empieza a sonar Chuck Berry. Es un tema pegadizo y empiezas a contornear la cintura de forma algo torpe, hasta que vas pillando el ritmo. Me tiendes la mano, me incorporo, rodeo tu cintura y mis ojos se topan con los tuyos. Nuestra vista abarca media vida.
Otro baile más como aquella primera vez a orillas del Mediterráneo. En la noche de San Juan, cuando nuestras pieles se fundieron entre los vaivenes del espumoso mar. Una cadencia de besos suaves en la orilla, unas manos entrelazadas mientras caminamos bajo las estrellas en silencio, reverenciando nuestro encuentro.
Todo eso rememora tu fotografía. Hoy, día de todos los difuntos, me acompañan tus hijos vida mía, un paño húmedo hace relucir el mármol y las flores frescas rodean tu nombre, a mi ya me queda poco, pero sueño con tu luz, un caleidoscopio que señala el camino, que nos ubicará para siempre a orillas de la eternidad.