Lo que trato de señalar es la dificultad de mantener una determinada idea acerca de cómo sería Dios como ser omnisciente o conocedor de todo acontecimiento pasado, presente o futuro. Me encuentro pues con algunas cuestiones que me permiten plantear una seria objeción a la omnisciencia divina.
Partamos de la premisa que en sentido coloquial se emplea en los siguientes términos: “Todo está escrito”, o expresiones del tipo… “Nos vemos mañana, si Dios quiere”.
Parece que todo empieza y acaba en función de la voluntad divina. Sin embargo, yo he ideado un contraejemplo con el que cuestiono esta omnisciencia que de forma generalizada se atribuye a Dios.
Imaginemos que Dios sabe la fecha de tu muerte, algo que, sin duda, es obligado si tenemos en cuenta su carácter omnisciente.
Pero de ser esto así, se produciría un problema grave en la estructura de la realidad misma. Al menos tal y como la conocemos, según el paradigma científico del espacio tiempo, una realidad que es física o extensa, una realidad abierta, donde el agente puede realizar diversas acciones desde un marco de relativa libertad, lo que implica la naturaleza de su propia mortalidad, que puede verse comprometida en cualquier momento.
Sin embargo, y enfrentadas estas dos opciones. Si Dios conoce la fecha de tu muerte, y supongamos será dentro de veinte años. Hasta que ésta llegue, debería considerarte inmortal, o incapaz de morir o tener accidente mortal alguno, excluyendo igualmente la posibilidad de un suicidio. Es más, nada podrías tú hacer que acabase con tu vida, aunque así lo quisieras. Ni siquiera la gravedad podría servirte al arrojarte desde un acantilado.
El dilema parece claro, si hay un Dios omnisciente tu libertad queda comprometida, siendo el universo una suerte de película, con un argumento lineal, no, un mundo abierto. Pero, aceptando la otra opción, esto es, que Dios no sepa la fecha de tu muerte, entonces se nos desmorona la concepción omnisciente del mismo.
Nota: sobre la cuestión de la muerte futura y el destino recomiendo mi relato corto La paradoja de la inmortalidad.