La dinámica del deseo arde en nuestro interior. La volición es una función que de forma continua reclama objetos de deseo, pone el foco en uno y después en el siguiente, y así sucesivamente ad infinitum.
Todo objeto de deseo que esté focalizado por la función volitiva tiene dos estados posibles, el estado de satisfacción y el estado de insatisfacción. Cuando un objeto de deseo focalizado es satisfecho, la función volitiva emite como resultado una señal positiva que almacena en su memoria, que hace las veces de señalizador de objetos y acumulador de valores, algo que está íntimamente relacionado con la noción vulgar de moral o auto estima.
Ahora bien, cuando la función volitiva es incapaz de resolver con éxito la consecución del objeto de deseo, esta emite una señal negativa que almacena en memoria, que hará igualmente las veces de señalizador de objetos y acumulador de valores, acarreando una carga de frustración importante.
Este mecanismo sirve para mapear el mundo experienciable y determinar nuestra noción de voluntad y la realidad que de ella se deriva.
La mayoría de objetos no son neutros, sino que contienen una determinada carga emocional atribuida, hecho que determina afectos e intereses e influye de forma categórica en la construcción racional y en la toma final de decisiones. Esto último se debe a que las valoraciones pasadas sobre un objeto ejercen un grado de influencia sobre las decisiones futuras relacionadas con dicho objeto.
Esta es la base de la formación del carácter, tanto del optimista como del pesimista, que no son más que el mismo sujeto, inclinado por la experiencia emocional acumulada en un sentido o en otro.
El adiestramiento o el aprendizaje mediante refuerzo positivo y negativo, emplea la función volitiva para encauzar en una dirección determinada aquello que sea susceptible de ser inculcado o aprendido por los individuos.
La cadena o secuencia de deseos satisfechos e insatisfechos, crean un pasado valorativo que influye en nuestra futura toma de decisiones, estableciendo una experiencia que nos permite medir y aproximarnos hacía la decisión más satisfactoria posible.
Todos estos procesos, ocurren de forma intuitiva, siendo la razón un instrumento sofisticado al servicio en muchos casos de esta lógica emocional primitiva.