Según la literatura científica ortodoxa y el sentido común, la conciencia del ser humano, dimana en buena parte del cerebro. Este órgano es el responsable de las funciones superiores y por ende el principal agente de eso que llamamos mente.
Mi posición parte de comparar el cerebro como la fábrica que produce como resultado la unidad de la conciencia o realidad. Es decir, éste órgano a través de los sentidos y del sistema nervioso central, recoge el material sensible del exterior, transformado en señales que llegan a un “centro de análisis y procesamiento” que sintetiza dichos “materiales”, en un orden concreto, fabricando una escena completa o dando como resultado final, la realidad armonizada de lo que vemos, oímos, olemos, palpamos, etc.
El problema radica en que este proceso de capturar señales a través de sensores, para unificar o sintetizar la realidad debe transcurrir en un tiempo T. Es decir que ese tiempo T, de darse, podría dividirse en diferentes estados, que por su naturaleza, yo llamo precognitivos o preconscientes, y que corresponden con operaciones concretas de captura, memorización o de procesamiento de datos.
A estos estados precognitivos, le corresponde un estado final, o tn, que yo denomino “conciencia”, y que es todo aquello que es “visible” para la mente, o lo que es la mente misma a groso modo considerada.
Esa es la relación entre el órgano del cerebro, y su función consciente o conciencia. Ahora bien, si aceptamos esto, surge una paradoja. Si la conciencia es todo aquello que podemos ver como resultado de una actividad, en un estado tn, cómo podemos reconocer dicha actividad, o conocer los estados precognitivos, y mucho más grave, cómo podemos siquiera afirmar que existen los sentidos, o el propio cerebro, o la propia fuente de nuestras impresiones, el mundo.
Esta cuestión, se pudiera solventar apelando a la intersubjetividad, esto es a que un sujeto puede observar, por ejemplo, la actividad cerebral mediante un scaner, o detectar las señales del sistema nervioso, de otro sujeto. Y esto puede ser a su vez corroborado por otros observadores independientes.
Contra esto, se puede interpelar el experimento mental de Putman, que establece un escenario distópico, en que los seres humanos seríamos cerebros en cubetas, conectados a un computador que sirve las señales precisas para cada cual. Y aquí hay que detenerse, porque es interesante comprobar, si podría este computador, pasar la prueba de la intersubjetividad y engañar a nuestras mentes. En este sentido, basta con que este computador fuera capaz de generar escenas para múltiples usuarios interactuando al mismo tiempo, escenas “públicas” y perfectamente intersubjetivas, concurriendo con las escenas privadas.
Esto no es más que un ejemplo teórico, pero pone a las claras la posibilidad de engañar a la mente, hasta el punto de hacernos retornar al cogito cartesiano, y dar un enfoque racionalista que compromete seriamente la visión empirista que da soporte a los métodos de investigación científica.